Los recuerdos de nuestros años de estudiante casi siempre son más fuertes cuando ya no lo somos. Solo nos queda entonces la añoranza, algunas fotos sobre las que volvemos en días nostálgicos, en una noche de desvelos, para repasar quiénes fuimos y qué hicimos. Los recuerdos de nuestros años de estudiante a veces se reducen a la etapa más latente, quizás porque todavía está ahí, tan cerca, que creemos en la posibilidad de atraparla.
Mis recuerdos, los más bonitos, se aferran a la vida universitaria pese a todo. Hasta el cuarto año de la carrera les decía a mis compañeros de Periodismo— en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas— que ahora sí lo dejaba, pero al aproximarse la hora del egreso y descubrirme después en la defensa de tesis, con título en mano y en el instante de una última foto… ¡ah, en ese momento no quería irme!
Algunos amigos siempre me reprocharon que tendría poco para contar cuando deseara compartir con la familia fotogramas de aquella etapa. Y en parte, es cierto. No puedo hablar mucho de fiestas ni farándula, pero las noches de estudio en los pasillos del Rectorado, las manías y caprichos de los profesores, los personajes asumidos en las jornadas de Festival, los continuos ridículos en cada edición de los Juegos Criollos, el “disfrutable” menú del comedor y mis accidentes con la bandeja, las intimidades vividas juntos en la Beca… se amontonan en la singularidad de mi álbum y dificultan su caza.
Hay noches, melancólicas, que acomodo la cabeza sobre la almohada y repaso en mi laptop las fotos. Las revivo entre risas y suspiros, al reconocer distante ese mundo y saberlos a todos, a mis compañeros de aula, solo cercanos en Facebook. Una triste alegría siento al evocarlos así, en sepia. Entonces me abruma el temor de los años y el hecho, acaso inevitable, de que con el tiempo algunos detalles puedan extinguirse.
Fui testigo de esos momentos . Qué te puedo decir. Hasta yo extraño la UCLV. Mañana adelantamos el turno?
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Ale, tenemos que ponernos de acuerdo para encontrarnos todos.
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OYE ROBE MUY LINDA LA CRÓNICA, ES UNA LÁSTIMA QUE ESTEMOS TAN LEJOS, PERO LO VIDA ES ASÍ….
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Diego, tenemos que buscar la manera de acortar distancias amigo, te quiero, un abrazo.
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Ay, Roberto y las bandejas del comedor!!! Roberto y su torpeza habitual!! Roberto «ebrio de gozo» (mejor dicho, saturado con tres tapitas de alcohol), pidiendo pinzas para sacarle las cejas a cierto personaje!!!! Qué días! Qué gente!!
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Lauri, los detalles de la tres tapitas son, indiscutiblemente, los que deberán extinguirse
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Este es el que debes publicar:
Robe!!!!
Dan ganas de llorar, no sabes cuánto me ha emocionado ver tu texto y las fotos… Qué añoranza!!!! De veras fueron tiempos inmejorables y gloriosos. Cómo extraño la UCLV de esos tiempos, la gente, nuestros amigos, todos los del aula…!!! De veras me pasa lo mismo que a ti… solo que no tengo esas fotos ya, porque las perdí todas, pero lo extraño a cada uno de los que formaron la graduación de periodismo de la UCLV 2013:
A ti que eres de los que más veo en las semanas de maestría, mi traidor favorito (porque sabes que no eras fiel a nadie en los tiempos de la UCLV, hacías equipos con cualquiera y dejaste embarcado a muchos; por suerte, eso ha cambiado), tú que eras el mejor, el integral, capaz de dar la respuesta perfecta en las clases de Linnet, capaz de tras-vestirte para actuar en el festival, capaz de convertirte en atleta de Criollos, capaz de ser titulo de oro y así y todo emborracharte y querer matar a Liosday en cierta fiesta innombrable, capaz de declarar tu amor por correo electrónico y soportar que lo reenviaran sin sentir odio, capaz de tomarte algunos antihistamínicos de más y seguir siendo el mejor, capaz de adorar a Carlos y a Andy sin esperar retribución. Te extraño, imperfecto y absolutamente genial, por eso te lo perdono todo, porque eres mi amigo aunque te fastidie tanto. A ti, tan Cynthia, tan Lucas.
A Laura Brunet, la persona que en aquel juego macabro que hacíamos de elegir alguien del aula para casarnos, alguien para hacer el amor y alguien par matar, fue mi elegida para casarme porque es tan original, racional, pragmática y graciosa que no podía elegir a otra para pasar todos los días de mi vida. A ella que extraño cada día y a quien evoco con tanta regularidad, por la fuerza, la entereza, el vigor de una hembra otra, por el sarcasmo, la burla constante, las maldades en clase y fuera de clase, por acusarme de hacerme el teórico ante Mónica Lugones Muro, por ubicar a Iris, a Vismar… por aquella fajazón con Manuel en el laboratorio de computación que solo me hizo temer por la seguridad del fastidiadorbespirituano, porque no cabían dudas de que Laura iba a ganar, a ella, tan Laura Brunet: de boutique, burgue, lo peor, tan yo.
A Vismar, uno de los que elegí para matar, aquel que ganó el Premio al Mudo del Año «Te amaré en silencio», recuerdas? Siempre tierno, medio florecita (en el mejor sentido posible), por ser nota discordante casi siempre y concordante cuando más falta hacía, por las ocurrencias en el tren a Cienfuegos y los rastreros en la botella, por las alianzas amor-odio con Diego, me encantaban. Te extraño, compadre, porque aportabas un sabor al grupo que resultaba imprescindible, porque pude saberte cerca algunas veces. Te extraño tanto que ni lo imaginas!
A Aymara o Ailín, ya ni recuerdo cuál es cuál, una era «ay, no entiendo nada, qué mal me caen los inteligentones (entiéndase los que se hacen los inteligentes) como Yadán, Rosana, Yankiel, Arley…» y la otra: compañera, cercana, medio víbora a veces pero cómo esperar que fuera diferente si me tenía a mí (y a otros) en al aula. A ella también la elegí para matarla, aunque solo se podía escoger a uno, insistí en que debían ser Vismar y ella (y aunque nadie lo sepa, Laura Brunet también la quiso matar a ella y resulta que terminaron haciendo la tesis juntas y compartiendo la beca de La Habana, ironías de la vida), pero cómo me arrepiento, porque ahora mismo los extraño y los quiero tener cerca, muy cerca, y conversar un montón y decirles cuánto quisiera tenerlos a mi lado al menos un día.
A Mongosana (así la bautizó Erich), digo Rosana, mi mano derecha y alma gemela, la guajirita robusta de alma de miel que compartió conmigo la beca, la universidad, la botella desde y hacia Yaguajay. A ella que me fue amiga y hermana casi los cinco años de carrera, porque me dejó cuidarla y estuvo a mi lado, en el mismo cuarto a veces, en la misma mesa, en la misma guagua, en los mismos trabajos de curso, en la misma vida. Por ser graciosa en la ingenuidad, por molestarse cuando en el juego macabro del aula no la escogí a ella para casarme aunque ella me había escogido a mí, por el vacío que dejó cuando se fue, por la ausencia, porque la siento, precisamente, porque me fue muy necesaria, imprescindible.
A Diegoup, mi eterno Diego, por nuestra medio homoerótica amistad y nuestro completo compromiso en el ripeo. Porque me robó a Laura Rodríguez, pero antes me propuso (para consolarme) integrar un trío; por suerte, Laura no quiso. Por las traiciones miles y las lealtades millones, por dejarme corregirle la tesis y también por llevarse lo peor de mí, siento mucho que haya cargado con esa parte. A él lo extraño el doble, porque me sacaba de quicio y me molestaba en extremo, pero solo era como un niño pequeño, un hermano menor a quien hay que aguartarle todas las perretas. Por las penas que me hizo pasar y los disgustos, por hacerme reír tanto y hacer que me divirtiera al punto de tener que arrepentirme luego. Por las confidencias de principiantes humanicones y por las postimerías de eterna confianza y amistad.
A Lauraly, Laura Lyanet, mi propia acosadora, incluso en Facebook. Por saltarse mi seriedad y su irreverencia ante las barreras que yo imponía, por hacerme las cosas que nadie nunca me ha hecho y por lograr que no me molestase con ella. Por ser la Afrodita del grupo, junta, pegamento y coyuntura, por armonizar con todos y cada uno de los subgrupos, por ser fiel desde la infidelidad y ocuparse de la parte más importante de la amistad, porque todavía lamento no haberme hecho su amigo, por la confianza que me robó y por desacralizarme en casi todo. Por los «atiendan-todos» y los «apagones» oportunos que nos dio alguna que otra vez, por ser sincera, inteligente, etílica, ligera y más.
A Yankiel, el impedido del aula, el más normal de todos los estudiantes de periodismo en la escala de Yadán-Diego-Rosana, por ser integral y sumamente oportuno, por sus ansias de salvar al mundo y la frase para dirigirse al resto del aula «A ver, muchachos, miren…» por aprovecharse de Arley, Lisandra, Laura Brunet, Diego… en el buen sentido, quizás no en el caso de la Brunet. Por ser del equipo de los que montábamos un personaje para convencer a los profesores de que nos sabíamos todo el seminario. Por sus comentarios cachondos sobre las profesoras (sobre todo Linnet) cuando se volvían de espaldas al aula para escribir en la pizarra, por la risa franca y la competividad medio disimulada, por la perfecta imperfección física y espiritual que lo hace tan especial.
A la leyenda en su imaginación, Arley, por ser del equipo de iniciación universitaria junto a Diego y por las charlas en grupo sobre la azotea del U5. Por la metatranca y el nivel otro del que alardeaba porque podía, por su capacidad inhumana de cumplir con todo y hacerlo todo bien, con mérito y gloria. Por su capacidad para no dormir, lo envidio. Por sus romances mitológicos, de eso Diego sabe más que yo. Porque siempre dije que había nacido para ser grande, que llegaría lejos, y miren dónde está hoy. Porque fue mano derecha en momentos duros y por ubicarme cuando le pareció.
A Laura Rodríguez, la que escogí en el juego macabro del aula para hacer el amor, aunque muchos piensen lo contrario (atiende, Laura Brunet), jamás nos acostamos; o sea, quizás sí nos acostamos, pero nunca tuvimos sexo, lo de la loma del Capiro no fue lo que parecía. A ella, por ser etérea y maravillosamente grande de espíritu, por las charlas de literatura rusa y sobre la biblia. Por su vestiditos de los 80 y por robarme a Diego y compartirlo con Laura Lyanet, por las tantos papelitos, fotos, libros y frasecitas regaladas, por hacerme sentir sexy los días en que peor ánimo traía.
A Ale, el Mompe, por su tacañería y olor inherentes, por superar la intolerancia de la mayoría y a pesar de tantas piedras y botas recibidas (Ernesto puede dar fe de ello), no ser demasiado resentido; por fraguar su carácter bajo el fuego de la vida, y por el único que sigue llamando a casi todo el mundo después de la graduación, por la memoria prodigiosa que nunca convenció a Linnet, por la relación amistad-odio con Marielys, por las comiquísimas críticas a Lianny y su crónico «ay, Dios Mío», por su confabulaciones con Iris, con Laura Brunet y con Mariam, todas por separado y genuinamente increíbles.
A Anabel, la Nany (o la Nony de Carlos), por su toque roquero, punk, hippie y hasta etcétera; por las burlas que hacía junto a muchos otros de mis carencias cognitivas en inglés, diseño y fotografía, por nunca «estar para nada» y a la vez estar en todas. Porque increíblemente combinaba con lo acre de Lisandra, el entusiasmo de Yankiel y la otredad de Laura Rodríguez.
A Mariam, a quien juzgué de vulgar y ordinaria por aquella querella que tuvimos viendo Independence Day en el aula de arte. Por ser muy yo en eso de hablar sin pensar, por caerme bien después de tercer año a pesar de nuestras diferencias sobre Linnet (y que conste que eso ya es bastante). Por la medio amistas que surgió después de la guerra, por aceptarme sin más.
A Adriana, no sé cómo la dejé tan atrás, por la seriedad y la incólume corrección en el comportamiento social, por la machine girl que evolucionó a compañera cálida y cercana, por esa capacidad de trabajo inigualable tan llevada y traída por Mompellier cuando de seminarios en la biblioteca se trataba. Por ser tan reservada, envidio su capacidad para no hablar a la ligera, para pensar tan bien lo que se debe decir y no cometer equivocaciones de lengua, como Mariam, Laura Brunet, Diego, Rosana, Aylín o Aymara, Manuel, Andy, Maydiel, todos los demás y yo, sobre todo, que a veces (vale, muchas veces) ofendíamos sin querer (y también queriendo) por no analizar primero lo que habríamos de verbalizar.
A Yanela, mi rosada y feliz Yanela, porque con ella realmente todo es más bonito; por su ternura y delicadez, por los almuerzos compartidos en el comedor central, solo con ella y con Rosana no me daba pena comer allí, porque todo nos gustaba y nos lo comíamos todo. Porque sé que es buena, de fiar, gran persona.
A Lisandra, la persona del aula que más molesto me ponía, creo que era la que más sincera y ríspida era conmigo; por su cruda honestidad e implacable ajusticiamiento, también debió fraguarse bajo el fuego de la vida y aun así resultó íntegra. A ella también la extraño, como a todos, porque el simple placer de la compañía vale la pena.
A Erich, a quien tuve que soportarle que me dijera que admiraba a Posada Carriles aun cuando sabía que Posada Carriles estuvo implicado en la muerte de mi tío. Por ser el despiste, el descuido, el desaliño vestido de hombre. Por la vasta cultura y la pésima redacción y oratoria, por la buenas ideas y los pies metidos hasta el fondo sin darse cuenta; por la libreta de gramática que me cercenaste para ir al baño (eso sí que no te lo perdono, era mi tercera libreta de gramática, ahí tenía todos los ejercicios de las últimas clases prácticas sobre las subordinadas circunstanciales que nos impartió Mercedes Garcés, nunca lo olvidaré).
A Marielys, la Fragolina que saltó de Taguasco a España, por la histórica confusión con Marta Aguain, la escritor china de Las aventuras de Tom Sawyer, épica anécdota humorística que se legitimó junto a la de Mompellier sobre la comunidad de Flete a donde iban a parar todas las guaguas. Por ser ingrediente imprescindible en el aula, siempre soltando una de las tuyas. Recuerdan cuando Yankiel y yo le escondimos un tacón en un seminario de Literatura Latinoamerica y aquello terminó con la profe Gloriamarys echándonos un escándalo, y miren que Gloriamarys era parsimoniosa!
A Carlos y Ernesto, la pareja de la carrera, también había algo homoerótico ahí que hasta sus respectivas novias debieron comprender y superar. Su amistad era envidiable, siempre juntos, en las buenas y malas. A Carlos, por la lejana empatía a pesar de lo introvertido y las pocas palabras que me dirigió durante los cinco años: creo que una vez para pedirme la libreta de gramática (cuál más iba a ser?) y alguna que otra vez para preguntarme el horario del día, todo eso debió ser solo en primer año, porque después de segundo nunca más copió clases y casi ni fue al aula. A Ernesto, por la espontaneidad y la falta de interés por las cosas serias, siempre quise ser un día así, pero que va nunca dejé de ser puntualito. Con los dos, aunque no lo crean, también quiero sentarme a conversar un día de esto, hasta a vosotros los extraño.
A Lianny, la más correcta y bien portada de todos (incluso más que Adriana), nunca le perdoné que fuera mejor que yo en gramática. Ella siempre hacía la mejor prueba, no importa cuánto me esforzara por coger el «5 de carita feliz» de Ana Laura (la alumna ayudante) o el «5 con felicidades» de Mercedes Garcés, porque yo los cogía, pero la mejor prueba siempre era la de Lianny. Incluso, en el concurso que hizo Gloriamarys de relatos ella me llevó el primer premio. Bueno, reconres aparte… extraño su sencillez y humildad a pesar de tanto mérito, ella sí nunca hizo gala de su potencialidad, o al menos no de forma que se notara. Recuerda su cara cuando su nombre encabeza la lista negra de Rafael? Ay, Dios Mío!
A Greidy, mi Greidys María, no me perdono haberla deja tan atrás. Amiga incondicional y buena, buena, buena; sin capacidad para la maldad y autora de una virtud única, exclusiva, aquella que Diego y yo bautizáramos como «hacerse la Greidys»; quién pudiera, eh, Diego? Te extraño, coterránea, te extraño.
A Maydiel (ya olvidé dónde va la «y» y donde la «i», perdona), uno de mis favoritos aunque no lo crea, capaz de hacerme reír hasta con lo más trivial, inteligente, con contenido, gracioso siempre. Nunca olvido el día que Yanela llegó al aula con su precioso vestidito verde ciruela de los 80 y Maydiel muy serio le dijo a quemarropa: Yanela, la fiesta del cheo fue anoche en el 900. Me encanta, es una de esas personas del aula que solo puedo decir que me encanta. Ojalá lo pueda volver a abrazar un día, porque lo extraño.
A Andy Luis, el cuerista de todos los tiempos, el que me puso un cubo de agua sobre la puerta para que me cayera encima cuando la abriera y que terminó cayéndole al pobre Arley en la cabeza. Era tremendo, debe seguir siéndolo, pregúntenle a Dayana, la ex. También lo extraño porque como Maydiel, hacía que todo fuera más dinámico y me dejaba que le hiciera las tareas para irse a jugar en los Criollos. Qué nerd yo era! Acaso ya no lo soy?
A Iris, la Hera de Diego, el 5 perfecto. Extraño su sentido del humor y su fineza en la crítica hilarante. Buena compañera en sentido general, rompecorazones en el aula y fuera del aula, una chica que evolucionó de clásica burguesa de clase media a mujer liberada. Me encanta. Un poco dura a veces con Laura Brunet; pero bueno, a Laura le hacía falta que le dieran chucho alguna vez.
A Anbel Martín, amigui de Ailín o Aymara pero sin destilar veneno. Qué conste que no fue ella quien dijo: «Diego a pesar de andar con Yadán y con Rosana es muy buena persona». Recuerdan aquella asamblea de integralidad? Jajaja, éramos tan jóvenes, y decíamos cada cosas. A Anabel la extraño por su nobleza, era tan desprendida y buena.
Los extraño, amigos, los extraño. Juntémonos un día de estos, por favor?
Nota imprescindible: Esto lo redacté corriendo, no sé si me olvidé de alguien, perdónenme si ocurrió; y lo escribí corriendo, perdonen cualquier pifia de redacción u ortográfica. Los quiero.
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Robe, no sé por qué me apareció esto hoy de nuevo y lo leo… y me dan unas ganas enormes de verlos a todos juntos alguna otra vez… LOS EXTRAñO!!! Ya lo habrán leído todos? Es que me emociona volver a leerlo y veo que casi nadie ha comentado… Pudiéras hacer algo para que lo vuelvan a leer también?
Un abrazo.
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